Punk Rock. Una historia Oral. Introducción.

INTRODUCCION
El Punk lo cambió todo. No solo nuestros pantalones. Nuestras vidas. Todos entraron en el punk con una agenda diferente, y todos los que lo dejaron se llevaron su propia versión de los hechos con ellos. Y el resto de nosotros permanecimos allí, aun ardiendo con la brillante inspiración de la revolución.
Antes del punk éramos una generación a la espera de una banda sonora. Los 60’s flotaban en todo, una fiesta de la que todos oyeron hablar, pero en la que nadie estaba interesado. En los primeros 70 había alguna buena música, pero queríamos algo de nuestra propiedad.
Observar, con los ojos en blanco, el glam de primeros de los 70’s o el inacabable freak show de top of the pops era algo, pero hacer música tú mismo era totalmente imposible. Solo las estrellas de otra galaxia lo hacían, o esos divertidos chavales de los que nadie hablaba, y que se pasaban el rato en el aula de una escuela.
Crecer en Blackpool en los 70 era crecer afuera mirando hacía dentro. Una cutre ciudad costera ya deteriorada de sus gloriosos días de los 50. Íbamos a ver a los poderosos Tangerines (el FC Blackpool) y regresábamos a casa desilusionados. Nos sentíamos a un millón de millas del centro del mundo en nuestra tierra azotada por el viento, un feliz hogar europeo. Y entonces se presentó el punk rock como un rayo extravagante.
El punk rock era una cultura guerrera. Estabas dentro o fuera del autobús.
1975 era aburrido.
1976 no fue mucho mejor. Una vida en el servicio civil se extendía frente a mí y no iba a tener eso. Tenía que escapar. No quería ningún trabajo de mierda. No me interesaba ir a la universidad.
Vi fotos de punk rockers en los periódicos y enseguida supe que sonaban igual. Nunca hubo una música con la que su aspecto estuviera tan cerradamente asociado. La vida no es solo sobre la existencia, es vivir a 100 millas por hora. Pero vivir a mediados de los 70 en un pueblo lluvioso era vivir en mono color, y yo necesitaba escapar y más colores.
Y entonces, merodeando por la pista de patinaje helada de Blackpool, donde ibas cuando tenías 15 años en 1976, escuche “Anarchy In The U.K.”. Fue una revelación: un pesado muro de sonido como introducción y la voz más sorprendente que nunca había oído. ¿A quién le importa si John Lydon es un jodido cínico ahora? En 1976 su voz sonaba como una liberación. También era divertido, mordaz y decía todo lo que todo el mundo sentía - un chaval punk delgado que escupía a la hipocresía de lo establecido.
¿Por qué escribir una historia oral sobre el punk? Bueno, ¿Por qué no obtener la historia de sus bocas? Jon Savage ya hizo la historia definitiva del punk, y Burning Britain es un genial relato de la segunda ola. Yo quería la historia directamente de las personas que estuvieron allí, y quería sus historias y no las teorías basura que han sido añadidas posteriormente. Quería la historia que no se pega a la línea partidista de la historia oficial del punk rock.
Es mucho más complejo que eso. No es solo una pandilla de flipados por Bowie creando punk mientras merodean por un Sex shop. No es solo la búsqueda heroica de los Clash. También es sobre los soldados rasos de la revolución: los grupos más pequeños, los grupos menos a la moda. Es la extravagancia genial de Vic Goddard, el sonido del bajo que patea como karatekas de J.J. Burnel, el pop de cuero negro y S&M del carismático Adam Ant para la gente sexi, el deslumbrante diseño de Linder, el icónico estilo de Siouxsie, los sinceros himnos para los chavales de Jimmy Sham, la habilidad de Pete Shelley para noquearnos con atrevidos clásicos del pop.
También lo son las legiones de chavales con pecas a lo largo y ancho de UK, los jóvenes de rostro lozano que has visto saltando sin parar en las maltrechas salas de fiestas Victorianas, locos de alegría y entusiasmo con sus ropas punk de toscos diseños – chaquetas puestas del revés y chapas hechas a mano – subiendo por la ventana del camerino mientras Joe Strummer los colaba en una de esas emblemáticas giras de los Clash. Son una brigada tocando torpemente con instrumentos musicales, intentando encontrarle un sentido al mundo con tres acordes aprendidos la semana anterior con guitarras de segunda mano. Son nerviosos grupos desarrapados que se suben a un escenario por vez primera en clubs juveniles e iglesias. Son la prosa maltrecha sacada a borbotones en tipografías estropeadas que la generación Xerox empezó en la locura de la documentación detallada o quizás la primera cultura pop en analizarse a ella misma hasta morir.
Es por toda esa locura, energía de ojos saltones, drogas baratas y besos negros, y esa música sorprendente que te llegaba continuamente cada semana en singles de 7 pulgadas, complementada con diseños a base de pedazos de lo cotidiano y la banda posando en la contra portada.
Puedes ir a cualquier lugar en UK y hablar con quien tuviera el pelo de punta. Era una sociedad secreta, un mundo dentro de otro mundo, con la más intensa y gloriosa banda sonora, las mejores ropas, los debates más feroces y las políticas más idealistas. Cambió la vida de todos los que fueron tocados por ello.
Pero lo mejor era que no éramos consumidores pasivos: nos pertenecía. Todos estábamos involucrados. No eran grupos de súper estrellas dictando el debate. ¡Todos lo éramos! Cada uno tenía su propia versión del punk. Todos decidían que era el punk para ellos. Había interminables argumentos sobre que era por los que estábamos luchando, que deberíamos llevar en nuestros pies, que deberíamos escuchar y cómo íbamos a cambiar el puto mundo. Fue la primera cultura pop gestionada por la comunidad, por los chavales.
Su energía nunca se disipó. Perdurara para siempre, por todo el mundo: grandes conciertos, grandes festivales, gente genial.
El punk acojono al establishment, me hizo subir a un escenario y hacer música, me hizo cambiar mi mundo, el punk…salvo mi vida. Y quería saber porque….

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